Del paleolítico al ansiolítico. ¿estamos de verdad progresando?
En las últimas décadas, el progreso tecnológico ha revolucionado la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. Es innegable que nos ha aportado múltiples beneficios: la automatización de determinadas tareas o procesos, liberando así tiempo y recursos para actividades estratégicas y de mayor valor, las herramientas y aplicaciones tecnológicas que facilitan la colaboración y el intercambio de conocimiento mejorando la productividad y la eficacia, el análisis de datos y la toma de decisiones con más información, la comodidad de realizar gestiones desde el sofá, la comunicación instantánea, la superación de barreras geográficas, entre otros.
Pero también surge el debate sobre el impacto negativo del progreso tecnológico en el bienestar de las personas, ya que puede convertirse en una fuente de estrés, ansiedad, incertidumbre, inseguridad e incluso miedo.
Las empresas deben implantar medidas que equilibren la presión del progreso tecnológico en sus trabajadores y les ayuden a desarrollar habilidades para gestionar la ansiedad y la incertidumbre que puede provocarles.
Por ejemplo, la necesidad de mantenernos al día, dado que la tecnología cambia a una velocidad de vértigo, requiere estar más formados y tener una alta capacidad de adaptación, lo que puede provocar inseguridad y dudas sobre nuestras habilidades y rendimiento.
La dependencia de la tecnología puede contribuir a la ansiedad y la incertidumbre avivada por el miedo a la desconexión, es decir el temor a perder la comunicación e información importante. ¿Quién no se ha puesto nervioso por no tener acceso a internet o perder la señal del móvil? Aquí me gustaría reproducir una fantástica frase que leí en un viaje y que decía “esto es una isla, no hay wifi, aprovechen para hablar unos con otros”
También y aunque pueda parecer paradójico, la pérdida de tiempo que supone sentirnos en la obligación de dejar lo que estamos haciendo para responder inmediatamente a los mensajes, emails o notificaciones en redes sociales. Estas interrupciones (o autointerrupciones) nos hacen perder la concentración y el tiempo. Es como cuando cortamos una cuerda y luego queremos empalmarla, es preciso realizar un nudo que reduce su longitud y la mente humana funciona igual: no retomamos una tarea en el punto en que se interrumpió, siempre hay que hacer un “nudo” mental e incluso físico, y cada nudo implica pérdida de tiempo.
La sobrecarga de información, que puede resultar abrumadora y la presión de mantenernos actualizados y procesar toda la información que recibimos. La preocupación por la privacidad y la seguridad de nuestros datos personales o el uso indebido de la información que pueden generar desconfianza.
Y ni que decir tiene el sentimiento de no estar a la altura de lo que otros publican, cuentan o consiguen, que puede fomentar sensación de inferioridad o falta de éxito por no cumplir con determinados estándares.
Es evidente que no podemos “poner puertas al campo” y que el progreso tecnológico es una realidad, pero plantea desafíos a los que debemos hacerles frente y en el entorno laboral es necesario que las empresas implanten medidas para equilibrar la presión del progreso tecnológico en sus trabajadores y que les ayuden a desarrollar habilidades para gestionar la ansiedad y la incertidumbre que puede provocarles.
La pregunta es ¿están las empresas sensibilizadas/preparadas para enfrentar estos desafíos? Y ¿cómo pueden hacerlo? En primer lugar promoviendo una cultura que valore el equilibrio entre trabajo y vida personal. Si esperamos disponibilidad permanente, respuestas inmediatas a emails, a llamadas fuera del horario laboral de
manera constante, puede generar una presión adicional y agotamiento de los trabajadores. Esto también implica alentar el uso responsable de la tecnología y premiar el rendimiento basado en resultados en lugar de horas trabajadas, así como definir políticas claras sobre el uso responsable y saludable de la tecnología, el tiempo dedicado a reuniones virtuales, para respetar la desconexión de los trabajadores.
Implantar programas de bienestar y ofrecer recursos que ayuden a los empleados a gestionar el estrés y a desarrollar sus habilidades de autorregulación, como sesiones de mindfulness, servicios de asesoramiento y apoyo psicológico, life coaching y actividades de promoción de la salud.
Formar y desarrollar las habilidades tecnológicas para que los empleados estén actualizados, puedan adaptarse al progreso tecnológico y así evitarles la sensación de inseguridad o incluso la resistencia al cambio.
Proporcionar herramientas para facilitar la comunicación fluida, la coordinación y la colaboración efectiva entre los equipos, pero teniendo en cuenta lo que verdaderamente se necesita, en función de las características de la organización y no lo que está de moda o lo que a “alguien” le gusta, porque si no, lo que se genera es una carga adicional de trabajo, sin olvidar que la comunicación “offline” sigue existiendo y además es necesario cultivarla.
Y por último, aunque no menos importante, implementar políticas de flexibilidad laboral que permitan a los empleados tener un mayor control sobre su horario y tiempo de trabajo para que puedan desconectar y disfrutar de su vida personal.
En definitiva, fomentar el equilibrio entre el progreso tecnológico y el bienestar de las personas conlleva beneficios tales como una mayor conexión emocional de los trabajadores con la empresa, que se traduce en un mayor compromiso y motivación para realizar su trabajo de manera efectiva. Ese bienestar emocional reduce el estrés y la presión lo que a su vez mejora la productividad porque las personas se concentran y se enfocan mejor en sus tareas sin los efectos negativos de la fatiga y el agotamiento.
Esto también contribuye a crear un entorno laboral más atractivo y satisfactorio, que mejora la reputación de la empresa y la convierte en un lugar óptimo para atraer y retener el talento.